sábado, 3 de marzo de 2012

CONVERTIR EL MIEDO EN CORAJE.

CONVERTIR EL MIEDO EN CORAJE.


      Existe un miedo con mayúsculas, esa sensación de peligro que empuja a ponerse a salvo. Pero existe también el miedo infundado y pequeños miedos cotidianos que parecen poco importantes y, sin embargo, resultan paralizadores: miedo a decir “NO”, a defraudar a la gente, a opinar…
      De todas las emociones que amargan el corazón humano -y son muchas-, la gran familia que forman la angustia, la timidez, la inquietud, el temor, la vulnerabilidad, etc.
Es la que más preocupa. Hobbes, filósofo inglés escribió una frase terrible, que podríamos asumir todos: “El día que yo nací, mi madre parió dos gemelos; yo y mi miedo”.
    Conocer el mecanismo de los miedos puede ayudarnos a resolverlos o, al menos, a tenerlos bajo control. La pregunta sería ¿Qué puedo hacer con mis miedos?
~ MIEDOS APRENDIDOS.- Hay unas personas más miedosas que otras. Hay individuos que viven en un estado de ansiedad continuo. Hay personas tímidas y personas atrevidas ¿De dónde proceden de esas diferencias? ¿Son innatas o adquiridas? ¿Hay una predisposición para el miedo?
      Se ha descubierto que hay temperamentos vulnerables a la ansiedad, niños que nacen con una “afectividad negativa”. Parecen dotados de antenas para captar los estímulos peligrosos o perturbadores del entorno. Ahora se saben que estos se pueden combatir.
     La mayor parte de los miedos se aprenden y también se pueden desaprender, por eso conviene conocer sus modos, variaciones y múltiples rostros. Hay miedos normales y patológicos, y se diferencian por su intensidad.
    La timidez excesiva se convierte en fobia social, que es un trastorno severo. La preocupación por la salud, puede derivar en hipocondría. La higiene compulsiva de lavarse las manos es fruto de un miedo irracional.
    Conviene no olvidar que esos miedos exagerados, se dan en personas que en todo lo demás pueden ser muy inteligentes y sensatas. ¿Por qué entonces llegan a esos extremos?
Todas las emociones son útiles. El miedo es la emoción provocado por la presencia de un peligro y nos sirve para ponernos a salvo. Se convierte en un problema cuando lo sentimos aunque no haya peligro real o cuando dura demasiado tiempo o es muy intenso.
    A veces nos atenaza un miedo sin que haya una amenaza real. Es una ansiedad que no sabemos explicar, que nos “encoge el estómago”, esta es la angustia. Quien la sufre se siente asustado continuamente, como si esperara un mal que no sabe precisar. Junto con la depresión - con la que está estrechamente relacionada-, es el malestar que más gente lleva a las consultas médicas y psicológicas.
    Ambas son experiencias demoledoras.
~ TEMORES COTIDIANOS.- Estos pueden amargarnos la vida: ejemplos.
    Hay un miedo especial a tener que adoptar una postura firme ante otras personas para mantener las propias ideas, expresar las necesidades o sentimientos, reclamar lo derechos; es la timidez de la víctima que puede manifestarse de muchas maneras. Es incapaz de negarle algo a alguien, reclamar una deuda, expresar el desacuerdo, protestar ante un comerciante. Un caso muy frecuente es el miedo a decir “NO”. Las personas que lo sienten son presa fácil de vendedores, a los que no se atreven a desairar, por eso prefieren comprar en supermercados o grandes almacenes, donde pueden mirar sin ser acosados por el empleados.
    A veces el miedo a afirmar los propios derechos se reducen a unos temas específicos, por ejemplo el dinero.
~ CUANDO CUESTA AFIRMARSE.- En este grupo de miedos a tomar una postura firme podemos incluir otro temor: la dificultad de decir adiós, de terminar una relación, personas que no saben despedirse. Es cierto que mucha gente prolonga excesivamente las despedidas; les acomete, per se, un temor a ser brusco, a ser descortés, a no encontrar la palabra justa. Además, no comprenden bien que la educada y tibia protesta de los anfitriones -no os vayáis tan pronto-  no es una invitación a quedarse, sino una fórmula ritual.
    Algo parecido les sucede a muchas personas en sus relaciones afectivas. Hay muchas parejas que su relación se estira como una goma elástica sin que ninguno se atreva a cortar. Decidir es siempre “cortar” y hay un cierto miedo a hacerlo, que no es claramente explicable. Si investigamos a fondo, se comprueba que puede haber varias razones: por no hacer daño, por no alterar su imagen, por temer la reacción de la otra persona, por no saber que decir después de decir adiós, etc.
    En muchas ocasiones no se trata de una preocupación ante el hecho en sí de la separación -porque el protagonista querría que ya hubiera pasado y sentirse libre- sino al primer enfrentamiento. Por eso puede resultar más fácil hacerlo por carta, lo que da lugar a situaciones que serían cómicas si no fueran trágicas.
    En el fondo de estas situaciones suele estar el miedo a defraudar a la otra persona. Esta es la razón más poderosa. Y este miedo a dañar la imagen que tengo de mi se basa en la idea de que mi integridad, mi identidad y mi dignidad dependen de la evaluación de los otros, implica que mi juicio sobre mi mismo dependen del juicio ajeno, y no sólo del juicio de alguien significativo, sino de cualquier persona.
~ EL VALOR DE UNO MISMO.- En estos casos hay un desajuste de algo necesario: el aprecio de los demás. Esta dependencia es tan exagerada que produce una anulación del valor intrínseco, sacrificado a la evaluación exterior.
    Hay personas que pueden decir que nunca han sentido envidia o celos o agresividad, pero no hay nadie que pueda decir que no ha sentido miedo.
    La especie humana es la más miedosa de la naturaleza, porque a los miedos reales añade los miedos imaginarios, lo que produce muchas desdichas que podrían evitarse. Desactivar estos miedos creados es primordial si queremos vivir una vida feliz y digna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario