jueves, 23 de febrero de 2012

SIETE FORMAS DE MALTRATO. (Tema largo pero muy interesante)

SIETE FORMAS DE MALTRATO.


Victimista, tiránica, manipuladora… son personalidades que se adoptan para conseguir el control en las relaciones desiguales. Desenmascararlas es el primer paso para apartarse de ellas.

- Relaciones tiránicas.

Cuando las relaciones están fundadas en la igualdad y la libertad es posible encontrar soluciones si nos sentimos maltratados. Decimos “no” y elegimos otro camino, lo que significa cuidar de nosotros, de los demás y de la vida.

Por mucho prestigio que haya tenido el sufrimiento, el sacrificio o la resignación; a la vida no le hacen bien las relaciones que desvitalizan y hacen sufrir. El problema viene cuando las personas no son libres o no se definen como iguales, aún siendo diferentes. Aquí brota la semilla inevitable del dolor.

Si nos centramos en el maltrato que adopta la postura de tirano, depredador y desconsiderado, descubrimos que en su alarde de superioridad y autoritarismo -con el que busca asustar o humillar-, se esconde su incapacidad para lograr el respeto que desea y que teme no conseguir de forma natural. Necesita imponerse porque no confía en sí mismo y no puede respetarse.

Probablemente dentro de un tirano se esconde alguien que vive humillado y envilecido, y decidido a tomar la posición del más fuerte para humillar y envilecer a los demás.

El modelo de relación tirano - vasallo está teñida de miedo. Quizá todas las relaciones destructivas vienen del miedo y de la falsa idea de que “Yo soy mejor que tú”. La posición del tirano se aprendió en los primeros vínculos familiares. A veces permanece latente y despierta en los contextos que lo consienten, como las clásicas situaciones profesionales de mando; o el tirano huele la carnaza de los que toman la Posición de débiles y víctimas. Y es que las relaciones tienden a hacer sinapsis con sus opuestos: el fuerte busca al débil, el astuto al ingenuo, el sacrificado al gozador, el sádico al masoquista…

Sea como sea, resulta de gran ayuda respetar y mirar la dignidad del que ejerce de tirano - su persona no sus actos - y ver el miedo y la villanía que esconde. Al mismo tiempo, debemos sentir siempre nuestra propia dignidad y respeto para dejar claro que no toleraremos salidas de tono o desconsideraciones. Es casi una prueba de inmunidad, tener interiorizado que todos somos dignos, “ni mejores ni peores” y no olvidarlo nunca.

Cuando tratamos personas enfermas de poder, debemos apartarnos de su camino. Si se trata de contextos inevitables, nos mantendremos en nuestra posición interior de valor.

- Complejo de superioridad.

El poeta alemán Goethe señalo que ciertos libros parecen escritos no para aprender sino para que se reconozca lo que sabe su autor. Al igual que estos libros, muchas personas se relacionan y transmiten sus conocimientos no por enseñar a los demás y ayudarles, sino por pura soberbia y vanidad.

En efecto, pueden poseer un gran conocimiento y una seguridad envidiables, pero no se trata de lo que saben sino del menos precio que sienten ante lo que sabe el prójimo. El problema de estas personas tiene que ver con la representación que hacen de su excelencia, no con su excelencia en sí misma; son sujetos soberbios.

La sabiduría tiene un componente racional, una actitud de apoyo y respeto. El hombre “sabio” trata de ser útil a los demás, el “sabiondo” trata de hacerse necesario procurando que los otros sientan inferiores ante él, ante sus conocimientos. Esta actitud despectiva de maltrato psicológico es su forma de sentirse importante. Pero “dime de que presumes y te diré de que careces”; detrás del “sabiondo” se esconde un ser vulnerable e inseguro, y su comportamiento encierra una gran paradoja: su prepotencia es, en el fondo, impotencia.

Así que, no debe paralizarnos su brillantez pues, como el poeta Baltazar Gracián decía: “aunque muchos son sabios en latín, suelen ser grandes necios en romance”.

VICTIMISMO, OTRA FORMA DE ABUSO.

Dentro del tipo de maltratadores, se incluye a la persona que desempeña el papel contrario. Aquella que siempre es víctima de los demás y se siente víctima del mundo. Aquella que -porque en la vida no le ha ido bien o porque considera que no ha sido bien tratada- exige que los demás le den todo lo que pide, con el agravante de que si eso no ocurre, se considera con el derecho de exigir o de condenar a los otros.

Su discurso suele ser inconfundible: “Con lo que yo te quiero y mira cómo me lo pagas … Con lo que sufro y no eres capaz de darme lo poco que te pido. Con lo que he hecho por ti y ahora que te necesito.”.

El problema es que espera que lo que no le fue dado -seguramente fue abandonada o no reconocida- se lo darán quienes tiene a su alrededor. Digo “se lo darán”, no “lo tomará”, ya que espera que los demás le adivinen sus necesidades sin tener que hacer nada para conseguirlo. Sólo sentirse merecedora de toda atención, lo que se traduce en que los otros deben hacer lo que ella quiera, pero sin pedirlo. Si esto no ocurre, deja oír su discurso victimista y acusador hacia el otro.

Para detectar a la persona victimista hay que estar atento a su discurso. Si sólo son malos los demás y ella siempre es inocente, piensa que la realidad nunca es así y que no quiere responsabilizarse de su parte. Si tratas de darle soluciones y no le vale ninguna, sospecha: seguramente, prefiere quejarse antes que hallar una solución. Si te sientes con el deber a atenderla y eres su único recurso, no lo creas, siempre hay alternativas.

Cuando todo depende de lo que hagas sin que ella tenga que hacer nada, piensa que trata de que le soluciones la vida sin que ella tenga que hacer nada por llenarse. Cuando sientas que su discurso victimista no te conmueve sino que te irrita, seguramente es fingido. Una buena estrategia es no apresurarse a actuar frente a sus demandas y saber que cualquier persona es capaz de encontrar una solución por sí misma.

LA AUSENCIA QUE HIERE.

Todo lo que hacemos o dejamos de hacer aumenta o disminuye el nivel de sufrimiento de quienes nos rodean.

Ausente de sí mismo, de sus relaciones, de la vida… es incapaz de comprometerse consigo mismo ni con los demás. Desconectado de la realidad, vive pendiente de sus necesidades y prescinde de quienes le rodean. Por miedo, por ignorancia, por comodidad de los propios recursos o por egoísmo… se encierra en un mundo pequeño y endogámico donde “el otro” es visto como una molestia o como un medio.

Padres que dimiten de la educación de sus hijos; adultos que entablan relaciones superficiales en las que sólo importa el beneficio obtenido, compañeros incapaces de trabajar en equipo. Todos convencidos de que se salvarán solos o de que el problema de otro no es cosa suya.

La desidia de estas personas genera en los demás sentimientos de soledad, abandono, ira, sufrimiento y sobretodo desamor. La desidia es una forma de maltrato. Esta decisión de la responsabilidad individual tiene un impacto desequilibrante en el entorno de la persona y puede acabar destruyéndola. Porque no responder también es una respuesta… y peligrosa.

DESCUBRIR EL JUEGO DEL MANIPULADOR.

El manipulador es un mago de la palabra: rápido en sus respuestas, seguro en sus decisiones, contundente en sus argumentos, arrollador en su actitud; tanto que nos deja poco margen para reaccionar distinto a aquello que dictan sus designios.

Pero decir que el manipulador es simplemente, un ser egoísta que no tiene en cuenta las necesidades de los demás y que cree que el mundo existe sólo para servirle, sería mostrar únicamente una cara de la luna. Si profundizamos para comprender los motivos de dicha actitud, podremos trascenderlos.

Teniendo en cuenta que todo comportamiento se mantiene porque cumple una función, hemos de aceptar que una persona es manipuladora, porque con esa actitud obtiene lo que necesita. Y si a alguien le resulta más fácil obtener lo que necesita del exterior que por sus propios medios, estamos ante una persona con importante carencias (de confianza, autoestima, de valores…), aunque aparezca ante los demás como todo lo contrario. De hecho, se aprovecha de la energía de los otros para nutrirse de ella.

El manipulador establece vínculos de dependencia con alguien que no es consciente de la artimaña o, si la percibe, no puede safarse de ella, lo que le produce una gran frustración. Pero estas relaciones son como una partida de ajedrez en la que no es preciso ganar sino impedir que las piezas del otro entren en la mitad de su tablero, si lo hacen, la responsabilidad también será nuestra.

Para evitar o minimizar las consecuencias de este tipo de agresión es esencial plantearnos qué es lo que nos engancha al manipulador, pues nosotros también obtenemos algún beneficio de esta relación (seguridad, afecto, sexo…). También es fundamental vencer el miedo a expresarnos asertivamente. Superando esto, sólo pueden pasar dos cosas: que el manipulador recule o estalle el conflicto. Si finalmente la relación se arruina, como tanto tememos, será más fácil asumirlo que seguir arrastrando una relación dañina.

EL CHANTAJE EMOCIONAL.

Frases aparentemente inocentes pero que esconden una exigencia, amenazas para obtener un fin. Todo forma parte del chantaje emocional. La intención: provocar miedo, angustia, condicionar una reacción, etc.

El chantajista emocional se cree una víctima, es inseguro y temeroso, pero esconde sus propias necesidades, creándolas en los demás, y lo consigue. Desenmascarar al chantajista emocional resulta complicado, pues suelen comportarse así con las personas que más le quieren y que temen no estar a la altura de sus demandas. Cuando no obtienen lo que buscan, hacen que se sientan culpables, se muestran incapaces de aceptar un no.

Pero no podemos decir “si” si no queremos hacerlo. Por eso es muy importante dejar claros los límites, saber que nadie dirige las acciones de otro si no es él mismo. Saber que tenemos el mismo derecho de elegir como de equivocarnos es primordial.

Sin nuestro consentimiento, el chantajista percibe su impotencia y deja de intentarlo. Puede que tengamos que sufrir su enfado, pero basta con darle tiempo. Una vez que vuelva la calma, podemos utilizar el diálogo para explicarle cuáles son nuestras razones y hacerle entender que cuando pides, tienes que estar dispuesto a escuchar un si, pero también un no.

Algunas personas necesitan tiempo para entenderlo, el secreto está en dárselo.

DESAFIAR LOS DICTADOS DEL JUEZ.

En mayor o menor grado, a todos nos influyen las críticas que nos hacen los demás. Normalmente, somos capaces de procesarlas, algunas veces nos influyen para mejorar y otras las rechazamos porque no nos aportan nada positivo.

Pero hay situaciones en las que una persona allegada (nuestra pareja, familiar o amigo) se sitúa en el papel de juez en nuestra relación. En estas circunstancias, las críticas pueden convertirse en un elemento que destruya paulatinamente el concepto que tenemos de nosotros mismos y nuestra autoestima.

La autoestima configura las defensas de nuestro estado emocional frente a las agresiones que provienen del exterior. Si nuestra autoestima disminuye, aumenta nuestra vulnerabilidad como personas.

Los juicios de valor repetitivos sobre nuestro aspecto, nuestras actuaciones o nuestra forma de pensar tienen el poder de poner en entredicho el valor que nos damos y, por lo tanto erosionan nuestra autoestima. Esto ocurre porque damos a las palabras del juez más valor que a nuestras propias creencias.

Solo al darnos cuenta de que los juicios son una visión relativa que no tiene porqué coincidir con la nuestra, podremos empezar a ganar confianza.

Saber que nadie tiene el derecho de juzgarnos -que solo son opiniones personales, pero lo más importante es que no te sirven para crecer- nos permitirá empezar a independizarnos emocionalmente del juez.

De las opiniones de los demás sobre ti, valora sólo las que provienen de personas que te acepten como eres, y te entiendan; si no hay aceptación y comprensión, no las hagas tuyas.

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